Los estados siguen siendo soberanos. La soberanía, en esencia, es la capacidad de tomar una decisión con la que otros no están de acuerdo: si otros estados u organizaciones pueden evitar que el estado en cuestión sea capaz de decidir en contra de sus intereses, entonces la soberanía de ese estado se ha visto comprometida.
Eso no es lo que hace la ONU, ni la UE, ni la CPI en La Haya.
En lugar de forzar el cumplimiento (es decir, hacer que sea imposible decidir no cumplir), estos organismos confían en incentivos y sanciones.
- ¿Cuál es más fuerte, Rusia o Europa?
- ¿Cuánto dinero recibe Israel de los Estados Unidos cada año, directa e indirectamente?
- ¿Puede China permitirse una guerra de múltiples frentes?
- ¿Debería intervenir la comunidad internacional en Venezuela?
- ¿Qué pasará si Estados Unidos ataca a Canadá?
Así, por ejemplo, si Polonia (para elegir un país al azar) aprobara leyes que contradicen directamente las leyes de la UE, el resultado final sería una elección: ¿el parlamento y el gobierno de Polonia harían cumplir las leyes de la UE o las suyas propias?
La falta de soberanía en este escenario significaría que el gobierno de Polonia estaba bajo el control directo de la UE, y era incapaz de no consentir, y por lo tanto no existiría ninguna opción. Para no ser soberano, Polonia tendría que ser incapaz de romper sus tratados y acuerdos.
Este no es el caso de ninguna de las organizaciones citadas. Podría haber sido el caso de algunos miembros específicos del Pacto de Varsovia (por ejemplo, Hungría durante el levantamiento), donde el gobierno nacional perdió el control, pero ahora no es el caso.
Cualquier nación puede optar por abandonar la ONU o la UE, si está dispuesta a enfrentar las consecuencias negativas de hacerlo. Por lo tanto, la máxima autoridad para anular tratados y pertenecer a organizaciones recae en el nivel nacional, y la soberanía permanece.