La forma más fácil de responder a esta pregunta es pensar: ¿a quién preferiría Tony Abbott enfrentarse en una elección?
Rudd es mucho más popular que Gillard, y la propia ascensión de Gillard al liderazgo la ha asustado para siempre en la mente de los votantes. He escuchado la misma conversación una y otra vez de personas que no son ávidas seguidores de la política: las personas no están contentas con su cuchillo y piensan que a Rudd se le debería dar otra oportunidad. Además de eso, los supuestos logros de Gillard tienen más que ver con tener un Senado amistoso (algo que Rudd nunca tuvo) para procesar la agenda que ya era política bajo Rudd. ¿Cómo puede tomar el crédito por algo como el precio del carbono cuando fueron ella y Wayne Swan quienes convencieron a Rudd de no perseguirlo? Sin mencionar el hecho de que solo lo implementó con un arma electoral en la cabeza. Rudd podría manejar fácilmente a Abbott como líder de la oposición; Gillard no puede porque los votantes nunca confiaron en ella como primer ministro. Cualesquiera que sean sus fallas personales, los oponentes de Rudd han combinado el interés propio con sorprendentes niveles de incompetencia. Los trabajadores pagarán un alto precio si continúan ignorando la opinión de los votantes de que el cambio en 2010 fue un error.
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