La presidencia de Sisi significa un equilibrio incómodo para los Estados Unidos. Por un lado, Sisi habla cuando se trata de derrotar a ISIS y otros grupos terroristas, con los que Estados Unidos y sus aliados han estado muy comprometidos, especialmente desde 2001. Además, como Egipto es el país árabe más grande e importante, Estados Unidos está dispuesto a cortejar a su presidente para preservar su interés comercial y continuar la cooperación en seguridad.
Por otro lado, Sisi ha presidido el período más antidemocrático de la historia moderna de Egipto, declarando que miles de activistas, periodistas y otros son terroristas u otros enemigos del estado. Esto ha borrado masivamente cualquier progreso que Egipto haya logrado hacia la democracia después de su revolución de 2011 y ha cerrado todas las puertas a la participación política pacífica, lo que lleva, inevitablemente, al radicalismo y tácticas violentas por parte de los que se oponen al Estado. Estados Unidos está tratando de mantener cualquier influencia que haya dejado en Egipto para asegurar sus intereses, mientras que públicamente (aunque de manera bastante mansa) defiende sus principios, pero parece probable que Sisi gire hacia Rusia, que no tiene esos escrúpulos.
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