Para esta pregunta, desafortunadamente, no tenemos una respuesta definitiva y consensuada entre los muchos actores de la ONU. Desde el punto de vista afirmativo, podemos decir que, como organización multilateral, ha cumplido con el mantenimiento de la estabilidad y la paz mundiales, aunque de manera muy precaria; ha servido (y sirve) como foro para el diálogo y el intercambio de puntos de vista o posiciones frente a diferentes conflictos: nacionales, regionales y globales; ha servido (y sirve) para frenar las políticas que pueden afectar a la población mundial, como la escasez de alimentos, la explotación infantil, el maltrato a las mujeres, la contaminación del aire, la trata de personas, la migración y la crisis reiterada de refugiados, etc.
Como analista internacional (y consultor del ACNUR y la OIT), puedo evaluar claramente que la ONU no opera como una organización democrática, sino que reproduce el esquema de poder mundial. La segunda mitad del siglo XX estuvo dominada en gran medida por la Guerra Fría, y desde esta confrontación, más política e ideológica que militar, prevaleció la hegemonía estadounidense sobre otras naciones. Uno de los casos más críticos que expresa esta hegemonía puede centrarse en el conflicto israelí-palestino, donde somos testigos de un pueblo vulnerable, totalmente acorralado bajo el poder de Israel (con el respaldo de Estados Unidos). La ONU ha enviado docenas de resoluciones para frenar el abuso de Israel en Palestina, y ninguna de estas resoluciones ha sido cumplida en ningún sentido por Israel. Ahora, tenemos el caso de Corea del Norte. Ya hay varias resoluciones (firmadas por unanimidad) contra ese país, es decir, sancionar el lanzamiento repetido de misiles, pero esos documentos terminan siendo “letra muerta”. ¿Por qué? Porque la ONU es una organización legal y deliberativa, pero no constituye una autoridad o un tribunal que pueda emitir una sentencia incuestionable, que debe cumplirse sin dudarlo. Para que esto suceda, la ONU debe ser una organización democrática en lugar de una estructura de poder basada en el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
Los países cambian y las concepciones ideológicas también cambian, por lo que es necesario repensar la organización, las funciones y la operatividad de la ONU para dejar de lado la burocracia y convertirse en una organización respetable, gestionada por su dinámica, actualizada a los tiempos del mundo actual y capaz para responder a los desafíos del tercer milenio. La ONU debe dejar de ser una organización con una élite de poder vertical. En cambio, debe honrar el espíritu y la tendencia democrática que deben reinar en el mundo.
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